“De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”
(Epicteto / Franklin D. Roosevelt)
Como en la imagen que acompaña este escrito, a veces los nubarrones que vienen a nosotros en múltiples formas no dejan presagiar grandes momentos de calma, paz y bienestar.
Nubes de tormenta mental y emocional inducidas por una gran diversidad de agentes, externos e internos, se ciernen sobre muchos de nosotros.
Cambio climático, inestabilidad financiera, automatización, migraciones, inseguridad laboral, guerras/conflictos incesantes, falta de/o baja autoestima, rebrote de viejos antagonismos que se creían superados, volatilidad sentimental, y, cada cierto tiempo, amenazas de epidemias/ pandemias inducidas o sobrevenidas…
Somos humanamente humanos, vivimos en sociedad, y este incesante “bombardeo” de noticias externas y miedos internos que se alimentan de ellas, y se retroalimentan de todas nuestras vivencias pasadas no resueltas, llevan a muchos de nosotros a situaciones de estrés limite, cuando no de angustia o depresión, de miedo/miedos ante lo que, imaginado o real, no sabemos resolver.
¿Qué hacer ante estos miedos que se manifiestan y nos atenazan?
¿esconderse, huir, refugiarse en algún tipo de “refugio” exterior (bunker, fortificación) o interno (endurecimiento del corazón, cinismo)?
La solución, evidentemente, no es esta.
Cada vez más, investigaciones en distintas neurociencias (neurobiología, neuropsicología, etc.) nos dicen que los miedos influyen de forma significativa en nuestro sistema inmunológico, debilitándolo!
Naturalmente hay que distinguir entre el puro miedo del instinto de supervivencia que nos puede salvar de un accidente (ej.: reaccionar de manera instintiva para evitar ser atropellados) y los miedos irracionales que, la mayor parte de las veces, son o inventados o magnificados por nuestro “mental”.
Hecho el distingo anterior, y salvo el miedo instintivo salvador, el miedo/los miedos no tienen ninguna utilidad practica para nosotros, más bien al contrario: nos quitan recursos y fuerza, capacidad de pensar, de reacción y respuesta; amuermándonos y manteniéndonos en una especie de letargo cuasi comatoso inconsciente que NO parece la mejor definición de VIVIR, en mayúsculas.
Por todo ello es por lo cual desde tiempo inmemorial se ha utilizado la capacidad de infundir miedo con distintos y muy variados espantajos desde personas e instituciones interesadas en mantenernos aquietados, dormidos e inoperantes.
Son de sobra conocidos tristes episodios de la historia humana que ilustran lo anterior.
Baste recordar aquí dos significativos ejemplos:
- Miedo al otro, a lo diferente, a “nos roban lo nuestro”, etc. = ascensión de los fascismos/ nazismo = “necesidad” de la eugenesia (limpieza étnica).
- Miedo a la cultura, costumbres y religión de “los otros” = expulsión de los judíos y moriscos de España.
En ambos casos, y en muchos otros, esto enmascara y se mezcla con oscuros intereses crematísticos que nada tienen de ideal.
Tristes y lamentables recuerdos de la zozobra de unas sociedades que no supieron/ o quisieron sobreponerse a sus miedos inducidos.
Si, como nos dicen y parece confirmarse en multitud de ensayos clínicos, el miedo debilita nuestro sistema inmunológico y por lo tanto nos hace más vulnerables, lo que debemos hacer es afrontarlo, y, combatiéndole, debilitarlo y erradicarlo.
Sabiendo ya como influyen los miedos en nosotros, y que evidentemente nunca debiéramos permitirnos el lujo de debilitar nuestra principal línea de defensa, todavía más en una situación de “pandemia” como la actual, voy a intentar aportar unas cuantas herramientas básicas, pero muy efectivas, para paliar esta situación.
- ¡Mirar de frente aquello que nos produce miedo!
Siempre es menor si lo afrontamos y no dejamos que nuestra mente lo magnifique añadiéndole imaginación y suposiciones.
Con plenitud, serenamente, inhalar llenando los pulmones con plena consciencia dejando que se ensanche nuestra capacidad respiratoria desde el abdomen hasta el pecho; exhalar luego lentamente sintiendo que con el aire se van también miedos y preocupaciones.
La capacidad de imaginar es innata en nosotros. Utilízala pues en tu beneficio, no en contra.
Para ello, imagínate/ visualízate a ti mismo/misma en tu lugar habitual, trabajando o descansando; en perfecta forma y condiciones, libre de toda preocupación, sereno, en calma, disfrutando de estar aquí, de ser tú… vivo, en paz, feliz…
Siéntelo, vívelo intensamente; añádele todas las sensaciones físicas que seas capaz de imaginar: huele el aire (quizá con olor a rosas), siéntela sobre tu rostro y manos; nota la temperatura (¿hace frio o calor?); nota el ligero roce de tu ropa favorita sobre tu piel; empápate del intenso y agradable color de los objetos que te rodean; nota quizá el dulce sabor en tu boca de aquella pequeña chuchería que te gusta; tal vez escuchando una tenue y serena melodía que te inspira…
Deja que todas estas sensaciones te inunden, te llenen y se graben en ti profundamente, intensamente; en todas tus memorias (física, emocional, mental)… Vívelo!
Guarda en ti esta poderosa imagen, grábala y tráela de nuevo a tu consciencia muy a menudo, siempre que la necesites… y aunque no la necesites en este momento.
Cuanto más a menudo la revivas, más fuerte y eficiente será su efecto y resultado!
Limpia tu mente de todos los procesos negativos y autodestructivos!
Pon especial atención a todo aquello que de forma automática, y, la mayor parte del tiempo de manera inconsciente, bulle por tu mente.
Aquieta todo este “ruido” mental incesante que te bombardea de mil asuntos (la mayor parte triviales, cuando no negativos) y que únicamente favorece tu dispersión y estrés.
Para ello, reemplaza/ cambia el ruido/ pensamiento negativo por un proceso positivo (no quieras simplemente “detener” lo negativo ya que es mucho más difícil): ¡Sustitúyelo!
Enfoca tu mente en un pensamiento útil y positivo para sustituir al anterior.
Focaliza tu atención en una palabra, un recuerdo placentero, una vivencia real positiva, una sensación amigable, un lugar en el que te gusta estar y que te reconforta, etc. …
Puede ser un mantra, una palabra (no tiene por que tener significado espiritual, pero puede tenerlo: Om, Amen, Gracias, Shalom, etc.); un Maestro, Santo, Personaje de tu fe o devoción; tu propio Nombre, el de un Ser especialmente querido, el de un lugar que te resulte especialmente motivador y elevador; etc., etc.
Cualquiera de estos sustitutos, u otro de signo positivo y alentador te sirve.
¡Lo que es imprescindible es que lo que hayas escogido sea realmente motivador!
Con este sustituto escogido focaliza, enfoca toda tu atención y conciencia en esto, imagínalo, visualízalo, siéntelo, recuerda/ revive aquello que lo hace tan especial; y con la sensación/ vivencia refrescada ponte manos a la obra:
- para coger practica puedes empezar, con los ojos cerrados y ligeramente entornados hacia arriba, “viendo” en tu mente (como si fuese una pantalla de TV u ordenador) este sustituto (palabra, imagen).
- Cuanto más practiques más fácil y útil resultara.
- Enfoca una y otra vez esto, insiste en traerlo de nuevo a tu “pantalla”.
- Si es un mantra, una palabra; repítela constantemente, incesantemente, hasta que puedas mantenerla en mente a pesar de estar haciendo otra cosa simultáneamente.
- Cada vez que tus pensamientos empiecen a divagar sin orden vuelve a enfocar tu sustituto.
- No importa cuantas veces te despistes y te des cuenta de que te has ido; lo importante es que vuelvas, una y otra vez.
- Toda esta dinámica forma parte de un rigoroso entrenamiento mental que te permitirá aquietar tu ruido, dejar de divagar y poder enfocar tu mente en aquello que tu, de forma consciente y voluntaria hayas escogido.
¡El entrenamiento: mental, emocional y físico no termina aquí; pero lo más importante es que has empezado!
Has empezado a tomar en mano tu mente, tu discurso mental; que es aquello que de forma totalmente cierta determina tu vida; ya que es aquello en lo cual estas constantemente enfocando tu energía, tu voluntad, tu deseo; y que, por consiguiente, es aquello a lo cual diriges TODOS tus esfuerzos, determinando/ dando forma (consciente o subconscientemente) a tu VIDA.
Y así, de manera pacifica y segura empiezas a “construir/ reconstruir” tu Vida de manera consciente, dirigiéndola adonde tú, y solamente tú, la quieras llevar…
… alejándote de este bombardeo social y mediático que te lleva y adoctrina, inoculándote subrepticiamente el peor de los virus, el más mortal de todos, el más insidioso: ¡el MIEDO!
Y, así, practicando día a día, si perseveras lo suficiente, de aquí a un tiempo podrás decir, como en el encabezamiento de este pequeño articulo:
¿Miedo? Que miedo?
“De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”
(Epicteto / Franklin D. Roosevelt)



Este, lo puedo publicar en Facebook próximamente?
El lun., 25 may. 2020 19:10, Miquel Bru escribió:
> Miquel Bru posted: » “De lo que hay que tener miedo es del propio miedo” > (Epicteto / Franklin D. Roosevelt) Como en la imagen que acompaña este > escrito, a veces los nubarrones que vienen a nosotros en múltiples formas > no dejan presagiar grandes momentos de» >
Pingback: Miedo… ¿a morir o a VIVIR? | Miquel Bru